domingo, 18 de octubre de 2009

De nuevo Nelson Simón y yo...

No puedo describir qué llamó fuertemente mi atención de él. Su forma erótica de hacer poesía, su forma de hablar del amor. Quisiera sentarme a tomar un café con él y discutir sobre su idea del amor. Que me llene de las palabras que ahora me faltan. Sin embargo ese concepto tan mío de amor que nunca pude describir, que tantas personas buscan clasificar porque así debe ser, Nelson Simón lo limita a una palabra: "Ragazzo".
Leo su poema y digo: ¡Es verdad! El amor es un ragazzo. Y no hablo de un italiano o de un portugués. Ni siquiera hablo de un hombre o de una mujer. De un ser joven o de un adulto. De un ser hermoso o de un ser exótico. Hablo de un RAGAZZO. Ese ser que toma sin vacilaciones tu mano, abarca lo indisoluble y etéreo. Cambia de cara, de aficiones y de gestos, pero es único: es amor. Es un sentido sinsentido, contradictorio y amado, fiel pero inestable.
El amor es un día de suerte a plena luz del día. Pero puede suceder trágicamente de noche o viceversa.
Si tan sólo pudiera dialogar con Nelson Simón como lo hice hace unos minutos con su poema. Decirle que quiero leerlo y necesito sus libros, que me cuente cosas porque necesito su experiencia, que me lea "Ragazzo" con su propio sentir porque debo comprender el mio.
Quiero hablar con él como un amigo, como el que no tengo, o como el que siempre hace falta.
Pero mientras eso no suceda. Leo "Ragazzo" de nuevo.

RAGAZZO

La palabra ragazzo, no tiene traducción:
lo aprendí bajo la luz intensa del verano de Roma,
aún fascinado por el mármol piadoso
de la fuente de Trevi; mientras recorría,
-invisible y absorto- Piazza Venezia.

Perdido en la conversación sin sentido
que sostienen los turistas; cansado
de admirar los estragos del tiempo
que hace polvo la carne y silencio la piedra,
me senté en un banco
a ver cómo la tarde descendía hacia el Trastevere.
Con ella, envuelta en sus pañales, iba mi alma,
y alguna ilusión vana como el país del que había llegado.
(Por entonces había comprendido que la isla
siempre habrá de dolernos como un cardo, que, pobre,
se enquista en nuestro pecho).

La palabra ragazzo, no tiene traducción:
no la busquéis en vano en los diccionarios,
no preguntéis por su significado ni en las plazas más nobles,
ni en las sórdidas tabernas donde el humo del tabaco
y el olor de la cerveza, se entrecruzan como un cisne invisible
que te empuja hacia la tentación.
Los sensuales muchachos de La Habana,
abiertamente tristes como sus playas,
nunca podrán ser nombrados con la palabra ragazzi.
Los alegres chicos de Andalucía, con labios
que se ofrecen cual carnosas olivas,
nunca van a reír con la dulce perversidad
de un ragazzo. Los modernos jóvenes de Nueva York,
con sus músculos perfectos como el acero que sostiene a su ciudad,
no pueden abrazar con esa pasión antigua,
mezcla de sangre
y lirio tostado por el sol mediterráneo,
que arrastran los ragazzi.

El ragazzo se sentó a mi lado en el sencillo banco de Piazza Venezia,
y la ciudad de Roma, hasta entonces sólo esplendor de ruinas y de sueños,
fue otra de repente. Tuvo el misterio y el glamour
que yo había imaginado para ella.
Habló y apenas pude comprender,
al extender su mano, firme como los puentes que atravesamos,
que me invitaba a andar,
cuando junto a la tarde descendimos hasta el Trastevere.
Vimos pasar los botes y algún pájaro gris, cual fantasmas románticos.
Sentimos en nosotros el aroma culpable de los hombres
que antes se habían amado junto a las calmas aguas.
Nunca dejé su mano. Nunca dijo su nombre ni quise preguntarle.
Pudo llamarse Adriano, Fabrizzio, Giuseppe, o Giuliano:
nombres que siempre dejarían su música en el esmalte de mis dientes.
Su perfil me acompaña aún como las imágenes de esos jarrones
que he visto en los museos. Su boca me sigue recordando
la luna atada sobre el Trastévere. Su pelo descuidado,
su cuerpo perfecto y dispuesto
solo pueden caber en esa palabra intraducible: ragazzo.
Yo aprendí aquella tarde lo que ya Pasolini
había visto en los pepillos romanos,
lo que le hacía vivir, cada noche, al borde del abismo,
siempre dentro del puño pálido y seductor de la muerte.

Nelson Simón.


1 comentario:

Anónimo dijo...

hola marina estoy con marina, no leí lo que escribiste pero gracias por ayuarme a conectarme a la red. sale