domingo, 22 de noviembre de 2009

Paz

Escribo.
"Se solicita la presencia de Médico Interno en el consultorio de Angiología a las ocho en punto,¿qué dice doctora?"
¿Qué podía decir? Nunca me había hablado tan dulcemente y su sonrisa entre pícara e inocente era esa noche particularmente especial.
Sí, - finalmente respondía- a las ocho en punto.
Tocó con un roce suave, casi perverso y descuidado mi mano, tomó su expediente y se fue. Así era ella. Su andar lento, entre desgarbado y tímido, sus movimientos firmes... ¡la textura de su voz!
Cierro los ojos.
Habría caminado toda la noche por esos pasillos: muestras sanguíneas, curación de heridas, llevar pacientes a Radiografía. Ciertamente una noche lenta pero así es y punto, nadie se preocupa por un Médico Interno de Pregrado, además es parte de una formación ruda para una vida difícil. Pero las lágrimas corrían con la misma velocidad a la que el pizarrón de pendientes se saturaba. ¡No dormiré! Salgo de un cuarto a otro aún queda el ala derecha del piso de Medicina Interna por visitar, pero ¡es suficiente! La jefa de enfermeras me obsequia una manzana mientras insiste:
"El suelo no es un lugar muy adecuado para una doctora, ¿lo sabe?".
06:30a.m. Guadalupe es la paciente del cuarto 512, también hace poco solía ser enfermera. Hasta que un día comenzó a quejarse de cefaleas intensas, ahora sabemos que es víctima de cáncer por lo que permanece sedada y con una sonda nasogástrica instalada lo que le permite nutrirse lo cual es excelente pero le impide comunicarse. Tomo una muestra de orina... ¡Demonios! ¡Olvidé su quimioterapia!
"¡Oye Noemí no seas mala, háblale a la jefa de enfermeras y pídele que prepare a Guadalupe mientras sube el camillero anda por favor! Mientras yo voy rápido a bañarme, ¡corre, corre por favor" suplicaba.
"Está bien, pero sabes que el Dr. López me regañará si se entera" fue su respuesta.
Era obvio que se enteraría porque Noemí le contaría cómo una vez más salvaba mi pellejo.
¡Lista! Expediente en mano salgo del elevador y entro a la sala de espera del área de ambulancias. Dos asientos vacíos al lado del pequeño altar, coloco la camilla de Guadalupe frente a mí al tiempo que me dejo caer en uno de los asientos. Ese baño apenas engañó los sentidos, favoreció la relajación por tanto los músculos se destensan, la silla es ahora tan cómoda. Observo a Guadalupe con sus ojos cerrados plácidamente, ¿por qué no hacer lo mismo?
La neblina cubre perfectamente el campanario de la iglesia por las mañanas, el tañir de las campanas sirve de guía para los rebozos multicolores que como cada domingo parecen volar juguetonamente en busca de la salvación eterna, su ritmo también armoniza con el sonido de las botas y el trotar de los caballos. Recorrer los empedrados a prisa es imposible, la lluvia de la noche anterior dejó el riesgo de resbalar, mejor caminar lento de tal suerte que te invade el aroma a café recién tostado o en su defecto, ese olorcito tierno de carbón presto para cocer unas tortillas hechas a mano.
Abro los ojos.
No sabía que la neblina era azul.
"Doctora, ¿usted también va a el Hospital 20 de noviembre?"
"Si claro" -respuesta improvisada.
"Entonces compartiremos ambulancia"- con sonrisa franca.
Mirada nerviosa que se desvía hacia el otro paciente, un señor de la tercera edad al que digo, en el afán de disimular mi sorpresa, un rápido buenos días.
Sonrío.
Veo el reflejo de tu bata alejarse.
El pequeño de la cama diez está llorando - bueno ya casi es hora de la cena- observo de reojo el reloj, el laboratorio me debe algunos resultados.
20:00 pm Siento vergüenza de mi propia persona, nunca me creí capaz de lastimar a alguien de la forma en que hoy lo hice. Nunca me creí capaz de tener tus labios tan cercanos y no besarlos.


Eladio me confesó anoche: "Todo había desaparecido desde los primeros versos y yo estaba en el mundo perfecto donde el pescadito rojo disparaba en rápidas curvas por el agua verdosa del estanque..." Es claro que al igual que ese pescadito te alejas turbiamente para no dejar rastro, para sustraerme de este mundo donde nada ya es igual, ni siquiera mi grado. Muerdo esperanzas, horas exhaustas por una búsqueda que me escupe tanto dolor al cuerpo. Repito tu nombre mil veces: Paz. ¡Imposible! No puedes ser Paz porque esta angustia dentro me grita lo alejada de mi realidad a esa palabra. ¡Pero es tu nombre! No tengo otra forma de buscarte así que dejo que sean mis palabras quienes te encuentren.
No tardes.