martes, 23 de noviembre de 2010

Matamos lo que amamos...


Matamos lo que amamos. Lo demás
no ha estado vivo nunca.
Ninguno está tan cerca. A ningún otro hiere
un olvido, una ausencia, a veces menos.
Matamos lo que amamos. ¡Que cese esta asfixia
de respirar con un pulmón ajeno!
El aire no es bastante
para los dos. Y no basta la tierra
para los cuerpos juntos
y la ración de la esperanza es poca
y el dolor no se puede compartir.

Rosario Castellanos.


Matamos al amor porque nos sentimos vulnerables. Muere cuando esos temores coexisten alimentando lentamente a ese insaciable fantasma que aparece mientras dormimos pues es el único instante de mayor fragilidad.
El amor muere mientras las palabras corroen dejándolo sin aliento o todo lo contrario cuando se transforman en silencio y lo dejan deshauciado.
¿En qué momento amar duele tanto?¿Cuándo nos convertimos en los seres débiles, incapaces de gritar o de sentir? Desearía saber el listado de palabras detonantes, las acciones perturbadoras que sin lugar a dudas dejarán al amor agonizando.
Matamos al amor cuando soltamos la mirada, devolvemos la sonrisa al cajón y dejamos la esperanza arrumbada el calle donde el antiguo farol es simplemente oscuridad.
Muere el amor con la fe. Intoxicado de desazón. Muere.
Despacio o de forma abrupta pero siempre bajo nuestra responsabilidad.
En ocasiones logramos detener al verdugo, vendamos los ojos, tapamos los oídos y nos perdemos a lo lejos bajo la guia de una voz susurrante de "te amo".
Sorteamos charcos, brincamos piedras y descubrimos que el amor nos convierte en niños irradiando pulcritud.
No obstante, la mayoría de las veces matamos al amor pues es más fácil perder el tiempo entre viejos dolores que enfrentar la posibilidad siquiera de encontrar la dulzura de la muerte bajo el tibio aroma de su vientre.

Marina




4xo.

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