viernes, 23 de julio de 2010

Marina

Mi nombre embriagado con la sangre de múltiples sacrificios fecunda la temporalidad de mi tierra, penetra mi sangre y le da vida a mi espíritu. Es el dominio sobre mi raza así como su salvación. Sobre mis ancestros se edificó mi nombre para construir lo que soy.
¿Qué soy?
Una heredera más de Tonantzin ahora vertida en rosas, un leve recuerdo del llanto infantil consagrado con obsidiana. Soy la plegaria elevada al cielo con aroma a copal mientras mi piel arde. Profecía cautiva entre la espuma de un mar que trae fuego y espadas. La lengua de mis estrellas se apaga intempestuosamente en el firmamento, el Sol esconde a lo lejos su significado mientras la Luna es ahora la depositaria de cada número y lógica que sostenía mis pies. Ahora la realeza de Malitzin abre el camino a su divinidad, guarda su sabiduría devolviéndole la pureza a su cuerpo poseído por vanalidades y excesos. Me ha desposado el Dios mismo que cruzó el océano para encontrarme y ha sido él quien con su fuego derrumba mis raíces para llamarme Señora. Madre e hija sufriendo el dolor de parto. Madre e hija llorando por la Señora que viene del Mar para consolar a sus hijos.

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