lunes, 20 de diciembre de 2010

El silencio, la noche, tu ausencia. Recorridos sin sentido a cuenta gotas donde la mirada fija sólo determina que el Norte no es más que el Sur o el Oriente. Nadie sabe.

Caemos ilusoriamente en prisiones ajenas y es entonces cuando me convierto en tu herida de antaño, duelo.

Los nombres parecieran ser los mismos. Las miradas se confunden. Ella soy yo y tú eres el verdugo, siempre el verdugo, que habrá de extirpar una a una las diminutas señales de esperanza para el sueño inconcluso.

Nos detenemos.

El miedo que hasta este punto nos ha mantenido en estupor ahora parece arremolinarse con fuerza. Sin cause aparente nos descuidamos y volvemos al inicio.

¿Cómo darnos cuenta de que esa historia que transpiramos día a día no es la nuestra? Es la historia de dos personas ausentes, de temores heredados a quienes alimentamos cada mañana con hastío.

No soy la repetición de signos ni tienes por qué ocupar su sitio y reconstruir el personaje al que tanto odiaste tan sólo porque a veces olvidas la sonrisa fija en un perchero.

Evitamos el puente. Aquel que sujeta hasta ahora nuestra naturaleza mercuriana.

La sensación volátil a la altura del ombligo intenta hacer reaccionar de a poco la piel.

La otra historia,la legítima: la nuestra, es más que un resumen de imágenes entre las que cuento el atardecer de un pueblo a donde se llega sin miedo.

Somos historias distintas. Toma la brújula, no me sueltes.


4xo.