miércoles, 15 de julio de 2009

Nelson Simón y yo...

Poeta cubano de cuarenta y tantos, homosexual como él dice, pero para mí sus detalles me vienen valiendo m..., para mí, que descubro sus palabras plenas de erotismo y sentimiento, importan los ojos, áquellos "que nacen dentro de mí" y que me convierten en cómplice de mundos aparte. Es Simón el guía entre ciudades distinas y puentes que se contruyen entre dos manos. Sus perfiles dibujan sueños que jamás he visto y que sin embargo tomo como reales porque alcancé a distinguir su sabor a vino de oporto. Simón que me quemas por dentro y te vivo entre ventanas indiferentes, ¿será que puedo vencer este miedo a desterrar mi soledad? Dime, ¿será que puedo romper este muro de realidades y escapar através del oceáno que se impone y me impone frustraciones que no quiero?





"Como quién llega a las costas de un sueño". de Nelson Simón


Por eso abro los ojos para que nada escape,

para que todo llegue a ti

con el brillo y el color que ahora acaricia a mi cuerpo

y me hace recordar la suavidad nerviosa de tus manos,

dulces bestias,

que silenciosas bajaban cada día

a beber del agua que les ofrecía mi cansancio.

Veloces cruzan ante mí

los sitios con los que nos estaba prohibido soñar,

el luminoso país que construíamos

-con la complicidad de dos espías que se aman-

sobre el estrecho andamio

de nuestra inventada libertad.

En los abismos que Ia desesperanza cavaba entre los dos,

levantábamos encaladas casas, bosques de abedules olorosos,

ríos mansos, altas torres y altos edificios

disolviedose en la inmensidad

de otro azul y otro cielo más habitable.

Pero nunca llegamos a descubrir

el verdadero tamaño que podían alcanzar aquellos sueños

-pequeñas antorchas,

velas moldeadas con la empobrecida cera

de nuestros corazones,

cirios que nos ofrecía Dios

para alumbrar y calentar el aire viciado

que respirábamos-.

Nunca logramos atrapar en nuestras conversaciones

los tintes suaves, el baño de oro

con que el otoño amarillea

la copa de los árboles,

ni el rojo de estos atardeceres

que parecen sumergir la ciudad

en un vaso de vino.

Aquí nada me es familiar. Como si abriera una ventana

y por primera vez me asomara a la vida,

voy entrando a los pueblos, voy descubriendo calles

con la misma sed con que antes recorrí tu cuerpo

y ningún rostro parece conocer el dolor,

ningún sitio exhibe las mordeduras del tiempo,

los olvidos del polvo

o la lujuria del sol que nos cegaba

y hacia palidecer los paisajes.

Me detengo en las plazas, dejo correr mis ojos

como si en mi interior,

vigilantes y dulces se me abrieran los tuyos

y hasta las rosas parecen disfrutar de una libertad

que las hace crecer desordenadamente,

volverse inofensivas, perfumadas,

carnosas como los besos de un amante

que después de un largo viaje

vuelve a casa.

Yo miro para ti. Yo sueño para ti

y voy guardando imágenes,

detalles que no escapan a mi asombro:

los góticos silencios de viejos edificios;

las flores de neón, sus tupidas corolas;

los nidos de cigüeñas, redondos sobre los campanarios,

abiertos al cielo como un vacío pecho

que espera compañía;

las hermosas muchachas que se hunden

en el charco de su palidez,

los jóvenes distantes y ceñidos,

tan próximos a la perfección

que al pasar por mi lado los confundo

con ángeles.

Como el descubridor que toca al fin las costas de su sueño,

como quien pone una camisa blanca a su esperanza

mis ojos van besando lo que encuentran para que nada escape,

para que todo llegue a ti

porque en tu cuerpo se resume mi país,

la vida que a mi espalda se cierra

como la oscura boca de un túnel

en el que eres el único punto luminoso.